Guion: Carmelo Manresa.
Dibujo: Carmelo Manresa.
Páginas: 208.
Precio: 19,95 euros.
Presentación: Cartoné.
Publicación: Junio 2024.
Desde un punto de vista sociológico y patrio, hay pocas épocas más idealizadas que los años 80. Con esa idea en mente, Carmelo Manresa hace en Pasotas un retrato bastante completo de esos años desde un punto de vista muy personal, dando una sensación de autobiografía al menos enmocional, pero fácilmente extrapolable a las vidas que recuerden los propios lectores. Eran los años que siguieron al final de la dictadura, años de libertad a veces no del todo bien entendida, de una rebeldía juvenil que chocaba con la autoridad de la familia, de los profesores y de las fuerzas del orden, y eran años de drogas. Cuando da la sensación de que Manresa apuesta por la nostalgia y va a pasar de puntillas sobre las adicciones y sus devastadores efectos, de repente Pasotas da un giro radical, apoyándose en los capítulos que configura para que el cambio no sea tan brusco en la lectura como lo es en los temas. Y es que el autor nos prepara, nos mete en ambiente, todo con sutileza y naturalidad, y después, casi como si fuera una metáfora de aquella realidad, nos mete de lleno en el drama, desde la idea de que esto solo les pasaba a los demás y el consabido «yo controlo». La obra es vitalista en todo caso, y quiere ser más realista que dramática, lo cual se explica con facilidad viendo su primera mitad y su conclusión.
A veces se da mucha importancia a que una historia sea autobiográfica o no, y en realidad Pasotas demuestra que no tiene mayor importancia. Lo que importa, lo que trasciende, es la sinceridad con la que se traza este retrato juvenil y generacional. Es verdad que los capítulos de la obra marcan una separación clara en ese. No se puede decir que abrupta, eso es lo que Manresa consigue evitar, porque la rebeldía adolescente de los dos primeros capítulos está muy ligada a los peligros de esas edades y a las malas influencias, pero lo que puede entenderse como un coqueteo con actitudes peligrosas deviene en algo mucho mas intenso en la segunda mitad del libro, que es la que deja una impresión más marcada. Es un movimiento consecuente, sí, pero distinto, y eso hace que cambie casi radicalmente el tono no ya de la historia sino de la propia lectura. La sonrisa nostálgica deja paso a algo mucho más crudo. Lo cierto es que los dos retratos, si es que realmente se pueden disociar del todo en algún momento o para algún lector, parecen tan sinceros como decíamos unas líneas atrás, y por eso es difícil no sentir en todo momento la implicación emocional que busca Manresa al margen de que el salto entre mitades pueda parecer más o menos brusco, algo que lógicamente dependerá de cada lector.
El dibujo de Manresa invita a pensar en la clásica revista española de los años que se muestran, lo cual potencia la idea de la nostalgia como motor casi inequívoco de la primera mitad de Pasotas. Es verdad que el bitono invita a pensar en un trabajo más moderno, pero la sensibilidad de la obra está clara: no es solo un retrato de los años 80 sino también una inmersión visual en la narrativa de aquella época. Y eso, se mire por donde se mire, es algo muy agradable de ver, y que acompaña con mucha elegancia las vivencias del club social o del instituto. Luego es cuando la faceta alucinógena del consumo de drogas le permite jugar algo más con los mensajes visuales y con la influencia de Edward Munch que el propio autor confiesa en los extras del libro. Es una buena guinda para un buen tebeo, uno que sabe lo que quiere contar, que tiene la ambición de añadir muchos elementos, con todo lo que eso implica en cuestiones de irregularidad, pero que sale bien librado del reto por la distinción entre capítulos, que casi invita a distintas lecturas, una en conjunto, que seguramente es la más acertada, y otra por capítulos, donde seguramente se conseguirá un pelín mas de complicidad con un grupo mayor de lectores, los que no tienen que haber pasado por todos los estadios que describe Pasotas.
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