‘Sueños de tinta’, de Juan Álvarez

Editorial: Nuevo Nueve.

Guion: Juan Álvarez.

Dibujo: Juan Álvarez, 

Páginas: 264.

Precio: 20 euros.

Presentación: Rústica con sobrecubierta.

Publicación: Noviembre 2023.

El primer impulso al leer lo que Juan Álvarez hace en Sueños de tinta es pensar que, de alguna manera, la obra está emparentada con El sueño del dibujante (aquí, su reseña), el espléndido retrato que Paco Roca hizo de la generación de oro de Bruguera, pero en realidad es algo diferente. No cambia el espíritu, porque en ambos casos lo que se busca es retratar el mundo del cómic desde una perspectiva histórica. Pero no es sólo una aventura biográfica de un muchacho que aspira a convertirse en dibujante de cómics, sino que es también la evolución de la sociedad en la que tiene lugar ese viaje y la forma en la que todos esos cambios afectan al propio viaje personal de su protagonista. Lo más atractivo de lo que nos ofrece Álvarez es lo bien que fusiona esos tres planos que componen Sueños de tinta. Es, efectivamente, el retrato de las aspiraciones de un joven que va a Madrid para aprender el oficio, un viaje autobiográfico muy valioso. También es el proceso de convertirse en adulto de ese muchacho de provincias, uno que además está trufado de amor al cómic y de cómo eso, en ocasiones, es enemigo de la vida social. Y es, finalmente, un retrato del Madrid de la época, con todos los cambios sociales y políticos que estaba vivienda la capital, como todo el país en realidad pero con sus propias características, a finales de los años 70 y comienzos de los 80.

No es nada fácil conseguir un equilibrio tan formidable entre esas tres patas, porque dos de ellas hablan de un viaje interior. Cierto es que las historias iniciáticas tienen algo de universal, pero estamos hablando de algo muy concreto. Con la introducción de detalles históricos, de recuerdos que valorará quien haya vivido la época (o la conozca, que a veces infravaloramos el conocimiento que se tiene un tiempo concreto por lo que se ha leído sobre él) y con continuas referencias a la historia del cómic, la que llegaba en aquellos tiempos a España, se alcanza al lector de una manera agradable. Las escenas oníricas funcionan igual, sirviendo de nexo a todo esto, con los miedos que despertaba la turbulenta situación del país, las esperanzas de unos movimientos sociales que empezaban a despuntar y las propias admiraciones que tienen sus protagonistas en las figuras del cómic o en el cine que se estrenaba en aquella época. Puede parecer un recurso sencillo o incluso detalles que satisfacen más al autor que al lector por la sensación que genera el recuerdo, pero al final eso es lo que hace que el lector entre con más facilidad en la propuesta. Su realismo, muy acusado en todo momento, hace el resto. Y sí, hace que este sea un cómic sobre cómic (y animación), algo que por fuerza tenemos que valorar quienes admiramos a los que hacen posibles nuestros sueños de viñetas.

Y en lo visual, la apuesta es igualmente sencilla. Álvarez tiene diseños básicos para que los personajes actúen pero no desvíen la atención, y es sorprendente el buen resultado emocional que consigue con ellos, precisamente por lo esquemático que son en su presentación y lo mucho que dicen en cada secuencia. Si hay algún momento en el que se puede apreciar con claridad es en los sueños de los que siempre se despierta alborotado nuestro protagonista. Y por muy sencillo que sea el trazo, lo cierto es que narrativamente hay soluciones muy inteligentes, como se puede ver, por ejemplo, en el momento en el que se rinde homenaje a las creaciones de Moebius o cuando son las mujeres con las que se va cruzando las que cogen el papel protagonista de esos sueños, eróticos en buena medida pero también síntomas de la madurez personal que va adquiriendo. Sueños de tinta es un retrato quizá más personal que generacional, pero si lo primero se consigue por puro empeño, lo segundo es algo que también se puede ver como una extensión natural de esa vivencia personal. Y es que la vida es lo que nos va rodeando a cada uno de nosotros, y nuestras visiones personales son las que van configurando el constructo que conforman la historia y la sociedad. En ese sentido, es imposible no salir del libro con la sensación de que hemos leído algo realmente interesante.

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