Guion: Enrique Fernández.
Dibujo: Enrique Fernández.
Páginas: 72.
Precio: 18 euros.
Presentación: Cartoné.
Publicación: Noviembre 2023.
Cuando un autor es capaz de tenernos atentos a una historia durante veinte páginas en las que no leemos (¿o es escuchamos?) ni una sola palabra, es que ese relato tiene algo como poco intrigante, por no decir algo mucho más definitivo a su favor. Eso es justo lo que pasa en Limbo Hotel, de Enrique Fernández. Con sus obras anteriores, el autor ya ha dejado claro el tipo de narración que le gusta, y eso no cambia en esta ocasión. Al contrario, podríamos decir que se refuerza, que gana un punto más de personalidad, aunque eso sea algo que no le ha faltado nunca a Fernández. Pero Limbo Hotel va un poco más allá, porque es una de la que casi es mejor no hablar en profundidad para dejar que nos sorprenda poco a poco. Con sus páginas sin diálogo, las que hemos mencionado, pero también con todo lo que significan esas viñetas y con todo lo que está por venir en esta historia de un hotel, que en realidad es la de sus ocupantes, los originales y los que aparecen. Es interesante, mucho, lo que plantea Fernández, porque además es una historia multifacética, es una que puede llegar a cada lector por rincones muy diversos, y de la que incluso se pueden sacar muchas interpretaciones que pueden ser no contrapuestas, pero sí divergentes. Y esa es la magia de su narrativa, una que parece de cuento pero que es mucho más que eso.
Como hemos apuntado, entrar en la historia de Limbo Hotel es casi hacerla de menos. Aceptamos la sinopsis que hay en la contraportada y sí podemos decir que esta es la historia del hotel con el que soñaba una pareja, de cómo acabó esa ilusión y de lo que sucede cuando un niño aparece misteriosamente en el lugar. Hasta ahí vamos a leer. Y como no vamos a hablar de hechos, vamos a movernos en el terreno de las emociones, en el que Fernández está tremendamente cómodo, incluso sin necesidad de palabras. Podemos recorrer esas primeras veinte páginas a una velocidad de vértigo buscando significado, pero Fernández nos obliga a regresar. ¿Por qué? Por todo lo que enseña, que es mucho más de lo que podría haber conseguido con palabras. Pero es que cuando la usa, con una sola consigue removernos por dentro de la misma manera. Y por eso la imaginación que hay en esta suerte de cuento es tan intensa, porque siempre hay algo que rebuscar entre las palabras, los silencios, las actitudes de los personajes y los huecos que hay en la historia. Por eso tiene tanto significado que un personaje se quede o se vaya, por eso hay tantas emociones que leer en lo que nos cuenta Limbo Hotel, tantas que se quedan con nosotros en cuanto acabamos de leer y nos invitan a leer de nuevo para llegar aún más lejos.
En eso, por supuesto, tiene un papel importante la narración visual por la que apuesta Fernández, bastante única y no sólo por el trazo. Desde su cubierta nos invita a conocer a unos personajes que brillan con luz propia y en los momentos en los que es necesario que lo hagan. El autor consigue que las letras tengan un mensaje, que los sonidos destaquen desde onomatopeyas que suman desde lo contrario de la espectacularidad. Todo parece tan sencillo que funciona precisamente desde ese punto. Por eso los personajes son tan expresivos, porque no necesitan de realismo visual para que lo tengan en el plano emocional. Y por eso Fernández, cuando dibuja, es capaz de hacer que los sonidos que introduce en su historia, también la música, resuenen en nuestra cabeza como si de verdad estuvieran incorporados en el libro, como si este fuera un libro infantil. No lo es, pero Fernández demuestra que lo entendería igual de bien que lo que tenemos entre las manos, esa fábula que no lo es, ese cuento que se resiste a quedarse ahí, esa fantasía que al final resuena desde la realidad. Puede que Limbo Hotel no llegue a todos los lectores por igual, pero propuestas así de valientes y atrevidas siempre tienen que ser bienvenidas y elogiadas, porque son una salida emocional a un talento narrativo considerable.
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