‘Quiroga y la muerte’, de David Lorenzo

Editorial: Desfiladero.

Guion: David Lorenzo.

Dibujo: David Lorenzo.

Páginas: 112.

Precio: 15,90 euros.

Presentación: Rústica con solapas.

Publicación: Septiembre 2023.

Si algo dejó claro el trabajo de David Lorenzo en La torre de los siete jorobados (aquí, su reseña) es que estamos ante un autor atrevido, al que no asustan los temas escabrosos y las narrativas alejadas de lo convencional. Quiroga y la muerte profundiza en esas mismas vías. Pero si aquella era la adaptación de una novela de Emilio Carrère, este se acerca a los relatos cortos de Horacio Quiroga, dramaturgo uruguayo a quien se considera como uno de los maestros del cuento latinoamericano. Cuentos, en todo caso, sobre la muerte, no deja lugar a la duda el título de la obra que nos llega de la mano de Lorenzo, que es tanto un repaso a su trayectoria como a su misma persona, porque es el propio Quiroga quien nos conduce por entre estas historias, tristes todas ellas, cargadas de una melancolía que no evita su excepcionalidad e incluso la poesía que tienen estos casos, por truculentos que puedan ser. Son seis las historias que contiene el libro, El almohadón de plumas, El hijo, El perro rabioso, Los guantes de goma, El solitario y La gallina degollada, y en todos ellos el común denominador es la muerte. Ninguna sorpresa por ese lado, pero no sólo eso define este trabajo, que tiene una mirada muy particular no sólo sobre el tema que trata sino también sobre sus personajes.

Y es curioso, porque hay una curiosa contradicción en lo que ofrece Lorenzo. De alguna manera, sus personajes aspiran a parecer normales, a encajar en nuestra realidad, en la sociedad en la que viven, en sus vidas familiares más o menos cotidianas. Pero son extraños, peculiares, viven situaciones anómalas y diferentes. El mérito de Lorenzo no sólo está en la forma en la que da vida al universo de Quiroga consiguiendo que haya una continuidad, una sensación de universo compartido entre cada una de estas historias, incluso que los personajes tengan algún tipo de relación emocional, incluso espiritual si nos ceñimos al tema del que tratan todas las historias del libro. Y de esa manera, es sensacional la manera en la que Lorenzo no sólo consigue adaptar historias, sino que les da una sensibilidad distinta. Su narrativa es pausada, como su ritmo, sus palabras cuentan y las que están en cartuchos de texto son, precisamente, las que adquieren propiedades ambientales más pronunciadas. La presencia de la muerte es aterradora, pero no por ello Lorenzo cae en los tópicos de su representación o incluso del género. Todo, además, con mucha personalidad, con ganas de contar algo diferente sobre uno de los temas más universales que se pueden tratar, precisamente porque se hace desde un punto de vista persona. Del de dos personas.

Donde hablamos de dos, en el dibujo se quedan en una. Quiroga y la muerte puede abordar el universo del dramaturgo uruguayo del título pero en lo visual es puro Lorenzo en todos los sentidos. Sus personajes, con sus rasgos exagerados, generan una sensación de melancolía que impregna todas las historias del libro. Y no sólo eso, juega con elementos que pueden parecer obvios, desde el color hasta la tipografía, para que cada momento pueda parecer único. Dentro de esa percepción podríamos incluir la representación que Lorenzo hace de la muerte. No parece algo nuevo o distinto de lo que pudiéramos imaginar o haber visto en otros relatos, pero aún así es bastante impresionante y, lo decíamos en general, muy personal. No es Quiroga y la muerte una obra fácil, a pesar de que su dibujo está pensado para allanar el camino en cierto modo. Lo que está claro es que cumple sobradamente con los dos objetivos que se propone, los que tienen que ver con la representación de dos universos distintos, los de Quiroga y Lorenzo, que encuentran un punto de comunión bastante certero, atrevido y singular. El hecho de que lo veamos enmarcado en historias cortas es un gancho para que el lector lo desmenuce de la mejor manera posible.

El único contenido extra es un prólogo de Darío Lavia.