Guion: Francisco Ruizge.
Dibujo: Sergio Bleda.
Páginas: 64.
Precio: 18 euros.
Presentación: Rústica.
Publicación: Agosto 2021.
¿Hemos dicho ya lo mucho que nos encanta que El baile del vampiro esté resultando tan inmortal como sus propios personajes? Es difícil decir si cuando Sergio Bleda se inventó su mundo de vampiros tenía en mente que este sobreviviera tantos años y que tuviera nuevas entregas tanto tiempo después de que naciera, o incluso que imaginara que sus continuaciones editoriales acabaran llegando a los lectores por medios de autopublicación y crowdfunding, lejos del paraguas de las editoriales que durante tantos años fueron la mejor manera de alcanzar al público. Y es difícil saber también si Bleda se imaginó que su mundo podría interpretarlo otro autor. Claro está que Francisco Ruizge es una elección del propio Bleda, pero en todo caso depender de otro creador siempre tiene sus riesgos. En este caso, no obstante, el riesgo se ha convertido en una oportunidad de expansión y Ruina Montium, que así se titula esta por ahora última entrega de la serie, es un retrato fantástico del Vampiro Blanco en dos escenarios temporales distintos, uno que nos permite seguirle en los años 70 y otro que nos lleva al Imperio Romano, antes de Cristo, para ver el origen del personaje. No e ser, precisamente, una historia pura de origen, es lo que hace de Ruina Montium una incorporación notable a un mundo que no para de crecer.
Bajo el amparo de la idea original de Bleda, Ruizge se encarga de que tengamos una ramificación inteligente y atractiva de ese moderno mundo de vampiros que habíamos visto hasta ahora. Y lo hace, además, con un muy atractivo manejo de la historia y de distintas mitologías, lo que invita a ver un gran trabajo de documentación y, sobre todo, un respeto enorme por la saga dela que entra a formar parte. No es solo una historia de vampiros, sino que es una de El baile del vampiro, de manera específica y abiertamente fiel con aquellas primeras páginas que tan bien refrescaron el género cuando Bleda se lanzó a mostrarnos vampiros por las calles de ciudades españolas. Ruizge se aleja de esos escenarios, nos vamos a la antigua Roma y a un Nueva York que nos remite al cine original de Martin Scorsese más que a cualquier otro escenario que pudiéramos haber visto antes en los lápices de Bleda. Si eso no garantiza que la serie siga caminos fieles pero a la vez innovadores, nada podría hacerlo, y Ruizge se muestra muy hábil en el montaje paralelo con el que va desarrollando la historia en sus dos tiempos para que encaje con mucha fluidez. ¿Y el final? Francamente bueno, la guinda a una lectura de género que sigue haciendo de El baile del vampiro una marca en la que se puede seguir confiando para lograr el entretenimiento debido.
Y como Bleda sigue ahí, aunque en este caso sea solo como dibujante, no hay margen para el aburrimiento. Funciona su estilo recargado como lo ha hecho siempre, o la forma en la que el blanco y negro se convierte en un personaje que añadir al relato, además de una buena forma de diferenciar las dos etapas del relato, sobre todo al principio. Bleda dota a sus personajes de un carisma tremendo, convierte a sus vampiros en figuras atractivas, da igual que sean hombres o mujeres, aportando un componente erótico ineludible a una historia que en muchas ocasiones ni siquiera tendría por qué tenerlo, más allá de las escenas de desnudo que lógicamente explotan ese componente. Ruina Montium tiene el añadido de mostrarnos escenarios novedosos de una forma tan eficaz como si El baile del vampiro siguiera en sus escenarios más conocidos, y eso es porque Bleda confía en el guion que le han dado, respuesta necesaria a la misma confianza que tuvo él en Ruizge para cederle su juguete. Y es que cuando los juguetes cambian de manos pero siguen pareciendo parte del mismo puzle, eso quiere decir que el legado de una obra imprescindible en el género en España está en muy buena situación. Y que dure, que siga siendo un título que provoque emoción y diversión con cada nueva entrega. ¿Para cuándo la próxima?
El contenido extra lo forman dos ilustraciones de Sergio Bleda y Javier Cuevas y unas notas finales del ilustrador con varios bocetos.
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