‘Titú. El verano de las colinas infinitas’, de Chris Stygryt y Carlos Maiques

Editorial: Dolmen.

Guion: Chris Stygryt.

Dibujo: Carlos Maiques.

Páginas: 120.

Precio: 16 euros.

Presentación: Cartoné.

Publicación: Marzo 2021.

Hay muchas razones por las que resulta un ejercicio delicioso coger Titú. El verano de las colinas infinitas y perderse en su lectura. Y aunque sí, son muchas, básicamente podemos resumirlas en dos. La primera es visual, es llamativa y evidente desde la misma portada. El trabajo de Carlos Maiques es maravilloso, sensorial, con un número increíble de matices si tenemos en cuenta además que estamos hablando de un trabajo en blanco y negro que no se apoya en los preciosos colores que nos llaman la atención desde la cubierta. La segunda entra en el terreno de lo personal. No es la suya una historia que se salga de lo común, precisamente porque apuesta por vivencias que de alguna manera pueden compartir muchas personas, pero precisamente por eso hay mucha empatía posible en los juegos y pensamientos de un muchacho pasando un verano en el campo, en la casa de sus abuelos. Y quizá lo mejor de todo en Titú es que esos dos elementos van de la mano de una manera muy bonita, fluida e inteligente, apostando por la atmósfera, por el escenario, por las sensaciones y por una narración espléndida, mucho más que por una historia con un principio y un final, con un propósito más definido o buscando ser algo definitivo. Lo que importa es el impacto que genera cada episodio, cada página, cada emoción.

Chris Stygryt, que ya ha volcado su fijación en los recuerdos de la infancia en otras obras anteriores, se siente comodísimo en ese escenario. Nos mete en él, además, desde una perspectiva muy sorprendente pero que da todo el sentido a la obra, metiéndonos de lleno en una de las historias imaginadas por el muchacho protagonista, como si sus juguetes bélicos tuvieran una vida interrumpida por la llamada de la abuela del chico cuando llega la hora de comer. Es curioso lo bien que sabe mezclar Styrgyt la realidad más cotidiana, la de un agradable verano de campo, con la fantasía del muchacho, la que vemos de manera directa, pero también la que da forma a otros ratos de ocio o incluso a la percepción que Titú tiene del mundo de los adultos. La idea del escritor, que es lo que más convence, es la sinceridad casi ingenua que hay en la mirada del muchacho, en su forma de pensar y de hablar, en lo que vive y en la relación que tiene con su familia y también con la naturaleza, con su perro y con el entorno. Es todo muy sutil, apenas necesita palabras Stugryt para que sepamos dónde estamos y lo que debemos sentir en cada momento. Y sí, todo parece muy, muy sencillo, y en el fondo la verdad es que lo es, pero esa misma sencillez es lo que da fuerza a una historia cercana y muy agradable de leer.

Con permiso del buen trabajo de Stygryt, si hay algo que deslumbra en Titú es el dibujo de Maiques. Es deslumbrante, imaginativo, dinámico, es una obra que parte de una puesta en escena minimalista, con una economía de líneas encomiable, pero que tiene un gusto exquisito para dar forma a la historia. Usando un blanco y negro que puede recordar en cierta medida al juego de manchas de tinta que establece Bastien Vivès en sus tebeos, Maiques brilla de una manera superlativa. Consigue con una facilidad asombrosa que el mundo de Titú cobre vida con precisión. Y lo hace, además, en lo realista y también cuando la imaginación del pequeño protagonista se apodera de la historia. Sorprende mucho la personalidad que tienen personajes que las tintas dejan en una muy intencionada indefinición, es todo un arte y está al alcance solo de quienes tienen un enorme talento con los pinceles. Como cada página es un deleite visual asombroso, nunca tenemos la sensación de que El verano de las colinas infinitas sea una historia pequeña, que lo es y presume de ello, sino que la vivimos como lo es para el joven al que seguimos, una aventura juvenil que parece única aunque sea, en realidad, tan cercana. Es uno de esos tebeos que se leen con muchísimo gusto, en los que se puede entrar con facilidad y que convencen porque están muy bien hecho. Una gratísima sorpresa.

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