Guion: Lourdes Navarro.
Dibujo: Lourdes Navarro.
Páginas: 76.
Precio: 14 euros.
Presentación: Cartoné.
Publicación: Noviembre 2018.
Protagonizada por un adolescente y a pesar de su breve extensión, El árbol que crecía en mi pared es cualquier cosa menos un cómic sencillo. Y es curioso, porque esa misma sencillez es parte de su éxito, abriendo una de esas paradojas que hacen que el cómic siga siendo un medio fascinante y lleno de posibilidades. La historia cuenta como protagonista con un muchacho, un adolescente. Su vida está lejos de ser un camino de rosas, con problemas en el instituto, incapaz de hablar con naturalidad con la chica a la que le gusta y con unos padres que no paran de pelear, muchas veces por su causa. En esta situación, surge la planta del título, una planta que crece de una manera asombrosa dentro de su habitación y que se convierte en una metáfora maravillosa e inteligente de los problemas que tiene este chico, Mike, y de cómo tiene que hacerles frente. Con sencillez, sí, Navarro consigue un tono de fábula con el que dota al tebeo de un nivel de entretenimiento bastante apreciable, una temática de fondo de mucho interés y una historia con moraleja que deja poso porque está pensada para que cualquier lector sepa encontrar los rincones en los que identificarse con Mike. Ese es el poder que tiene la historia, y no necesita complicarse mucho más o multiplicar el número de personajes y escenarios para encontrar todo lo que se propone.
Parece una obviedad tratándose de un cómic, pero su aspecto visual tiene mucho que ver en el acierto de su propuesta. Siendo un cuento de fantasía tan evidente, aunque lo sitúe en un escenario contemporáneo y cotidiano, se agradece que Navarro no se deje llevar por lo fácil, que habría sido aprovechar el árbol en ese escenario cerrado para que la historia se le fuera solo por ese lado. Pero no, esa es la metáfora y lo que importa en El árbol que crecía en mi pared son los personajes, fundamentalmente Mike. Se trata de que sintamos esa cercanía con él y con sus problemas. Y eso se consigue haciendo que el dibujo nos haga sentir que estamos ante un personaje de carne y hueso. No es impedimento el toque de caricatura juvenil que nos lleva también al terreno de la lectura para todas las edades, al contrario, es la forma en la que Navarro cierra con tanto acierto su tebeo porque ¿cómo se puede hacer una historia cercana sin las necesarias dosis de cercanía? El dibujo las tiene, al igual que la historia, y por eso el resultado final es una historia apreciable, bonita, pequeña en el sentido más apreciable de ese adjetivo y que hace pensar bastante más de lo que pudiera parecer a simple vista. Y su narrativa visual, además, navega muy bien entre géneros y entre tonos, porque acierta con las escenas sin diálogo, en las oníricas que se acercan al fantástico oscuro y, sí, en lo costumbrista.
No tiene contenido extra.

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