Editorial: Penguin Random House / Reservoir Books.
Guión: Carlos Giménez.
Dibujo: Carlos Giménez.
Páginas: 64.
Precio: 17,90 euros.
Presentación: Cartoné.
Publicación: Noviembre 2017.
A nadie se le escapa que Paracuellos es una de las obras cumbre de la historia del cómic español. Español, además, en el sentido más estricto, no solo porque su autor, Carlos Giménez, sea de aquí, sino porque la historia que nos cuenta es una que todavía parece tabú y que pocos han contado con más sinceridad que el historietista, en este o en otro medio. No olvidemos que esta mítica serie se centra en sus vivencias personales en el Hogar del Auxilio Social de Paracuellos del Jarama, un internado en el que los niños malvivían en la posguerra, en los primeros años del régimen franquista. Por eso, cada nueva entrega, en este caso la octava, Las madres no tienen la culpa, es una espléndida noticia. Que Paracuellos viva para siempre, porque su historia, y las razones que provocaron su existencia, es una que no deberíamos olvidar, por muchas piedras que se quieran poner en el camino del recuerdo. Dicho esto, es evidente que Giménez ha optado por una nueva vía para que lo que podría entenderse como la tercera etapa de Paracuellos, menos amargo pero fiel a su espíritu, un giro hacia recuerdos más amables que coincide con el cambio en el formato que ya inauguró en el séptimo álbum de la serie, Hombres del mañana (aquí, su reseña). No se puede decir que sea un enfoque peor que el precedente, aunque sí parezca un poco menos trascendente.
Volvamos a tener una estructura de historias cortas, cinco, de extensión variable, desde las 27 que ocupa la segunda hasta las cinco que tiene la cuarta. Giménez, en todo caso, se desenvuelve mejor en la brevedad. Es la anécdota lo que hace de Paracuellos algo especial, lo que le sirve al autor para mostrar la dureza del escenario en el que se desarrolla la historia, lo que nos muestra con la misma intensidad la crudeza y la humanidad que se esconden en los recuerdos del autor. La primera historia es la que le sirve a Giménez para evidenciar que más que miseria busca esperanza, es la que presenta al personaje más apreciable, más bondadoso y cercano para con los niños del Hogar. Lo que el autor hace francamente bien, en todo caso, es mezclar esas sensaciones positivas con la crudeza de la posguerra. Siempre ha sabido hacerlo, pero aquí las luces de sus historias se ven con más intensidad. La figura del señor Aurelio, la forma en la que Pablito acumula panecillos en las cenas o incluso la divertida manera en la que los niños torean a Antonio Tovar, el instructor de la Falange, provocan esas sensaciones. Quizá para encontrar el espíritu más puro de Paracuellos haya que recurrir al quinto de los episodios, el que más claramente ataca a la esperanza y que no por casualidad es el que sirve para dar título a este octavo volumen.
Se pueden decir muchas cosas del dibujo de Giménez, probablemente todas dichas ya en la evaluación de cualquiera de sus trabajos en general y de las entregas de Paracuellos en general, pero seguir destacando su efectividad es un motivo de tanta alegría como la aparición de un nuevo álbum de la serie. Giménez lleva años desarrollando una caricatura muy fácilmente reconocible, con línea clara, un muy buen uso del blanco y negro, y que sabe conjugar una muy buena ambientación de la historia en los años de la posguerra, lo que se ve en los pequeños detalles de la vestimenta o la arquitectura, con un aspecto muy carismático de los personajes, que se manifiestan de una manera tan sincera que muchas veces no es necesario leer los diálogos para saber lo que está pasando en cada viñeta. No hay grandes innovaciones gráficas en Las madres no tienen la culpa, pero sí un continuismo bastante agradable con respecto a las anteriores entregas de la serie y sobre todo la más reciente. Paracuellos sigue siendo de esta manera una apuesta segura, y al recuperarla Giménez después de un paréntesis de más de una década no ha perdido interés y se mantiene como la mejor manera de entender cómo afectó a los niños de la época la situación de un país destruido y en crisis.
El contenido extra lo forman un prólogo y un epílogo de Carlos Giménez.
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