Título original: The Incredible Hulk Returns.
Director: Nicholas Corea.
Reparto: Bill Bixby, Lou Ferrigno, Jack Colvin, Steve Levitt, Eric Kramer, Tim Thomerson, Charles Napier, Lee Purcell, John Gabriel, Jay Baker.
Guión: Nicholas Corea.
Música: Lance Rubin.
Duración: 93 minutos.
Estreno: 22 de mayo de 1988 (Estados Unidos, televisión).
Durante cinco años y 82 capítulos, Hulk fue una estrella de la televisión. En España, de hecho, la vimos con el nombre de la Masa, y eso caló durante mucho tiempo. Bill Bixby era David Bruce Banner, Lou Ferrigno era la criatura esmeralda en la que se convertía en situaciones de estrés, y Jack Colvin daba vida a Jack McGee, un periodista que perseguía al buen doctor en busca de un titular explosivo. El increíble Hulk tomó la estructura de El fugitivo y tras el Batman de 1966 se convirtió en la primera gran serie de televisión basada en un superhéroe de cómic. Y, en cierta manera, en la criatura de Bill Bixby. Él fue quien puso todo el empeño para que la aventura no acabara en esos 82 capítulos, el último de los cuales se emitió en 1982. Su empeñó cristalizó seis años después en El regreso del increíble Hulk, un telefilme que nos situaba algún año después del final de la serie, con un Banner que había conseguido mantener a raya a su verdoso alter ego y que seguía buscando una cura definitiva. El problema, no obstante, radica ahí, en el tiempo. Seis años es mucho tiempo, y más en esa época. Apenas un año después de que se viera esta película para la pequeña pantalla, en cines vimos Batman (aquí, su crítica). Y lo que a finales de los 70 podía convencer, una década después no tiene la misma fuerza.
El regreso del increíble Hulk abusa, para empezar, de un inmenso número de escenas en cámara lenta. Cuando nació la serie, eso ocultaba la falta de medios, pero diez años después, y más con el paso del tiempo hasta nuestros días, se queda en un recurso alto torpe. Cada aparición de Hulk se muestra en cámara lenta. Cada escena de acción, también. Incluso el plano final de los dos héroes (porque sí, aquí hay dos héroes), que casi parece la inspiración para el final que creó Joel Schumacher para Batman Forever (aquí, su crítica) y que copió aumentado para la catastrófica Batman & Robin (aquí, su crítica). Pero vayamos por partes. Este telefilme destaca en la historia audiovisual de Marvel por dos razones. La primera es la ya mencionada, puesto que supone la vía de que la popular serie no llegara a su fin. La segunda, ser el primer Team-Up en la pantalla, algo que hoy estamos acostumbrados a ver con el universo compartido que ha creado Marvel Studios pero que entonces era algo excepcional. El elegido fue Thor. O, mejor dicho, una especie de Thor, ligeramente caricaturizado para profundizar en su faceta de bebedor, mujeriego y aventurero sin medir las consecuencias, que desea pelear por encima de todas las cosas, con una armadura muy de andar por casa y un casco extraño y al que vemos casi más en ropa de calle que su vestimenta de combate.
No se puede decir que la película no tenga un guion atractivo, o que no hay un sincero intento de trasladar a los personajes de las viñetas a imagen real. Pero hay límites técnicos que la cinta no es capaz de superar y que no tiene el ingenio para disimular, y sobre todo hay un límite que ninguno de sus responsables supo traspasar, ni el director Nicholas Corea ni el propio Bixby, codirector no acreditado, que es el de la misma serie de televisión del que surge. Si se vieran del tirón, solo las arrugas de Bixby podrían delatar el paso del tiempo entre el primer episodio de la serie y este telefilme. Se busca exactamente el mismo estilo, hay un conformismo en lo visual, por mucho que haya una escena en la que Hulk y Thor se cuelgan del tren de aterrizaje de un helicóptero para que no despegue, se abusa del recurso fácil, de colocar a Ferrigno con su espléndido maquillaje en la pantalla para que gruña y exhiba sus poses de culturista tan características. Se esbozan temas interesantes, se ve a Hulk como reflejo emocional de Banner a través del amor por la doctora Margareth Shaw (Lee Purcell), que interpreta a la típica damisela en apuros de la época, se siente la obsesión de Banner por acabar con su maldición, e incluso es divertido ver la caricatura que se hace de Thor, por mucho que al más purista de los seguidores le chirríe verle junto a Donald Blake y no en su lugar.
Pero el problema es que todo parece demasiado viejo. Lo parece hoy, pero seguramente también lo parecía en 1988, aunque el producto fue un auténtico éxito de audiencia. En todo caso, se admiten detalles encantadores como el hecho de que los pantalones rasgados de Hulk nunca coincidan con los de Banner o la manera en la que se interpreta el martillo de Thor más como nexo dimensional para las apariciones del personaje que como arma, pero en general no hay nada que deslumbre, ni siquiera que emocione. Lo mejor el maravilloso maquillaje de Hulk, espléndido ya en la serie y que aquí sigue siendo excepcional, símbolo de la serie. De la realización de Corea, lo más destacable está en los preludios a las transformaciones de Banner, que siempre llegan antes del festival de cámaras lentas aderezados por una música muy televisiva que casi parece ir por su lado. A pesar de que Stan Lee figure como consultor del filme, el salto del papel a la pantalla es demasiado grande. Y eso que cada vez que el Hulk de Ferrigno o el Thor de Eric Kramer, limitado pero tremendamente sincero e incluso divertido, la cosa mejora. Pero las cámaras lentas se comen el ritmo de la película dejan la sensación de haber visto algo que está muy por debajo de lo que se podría haber conseguido incluso en una época en la que la televisión era el hermano pobre del cine.
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