¿Cómo se empieza a escribir sobre alguien como Alfonso Azpiri cuando el propósito de estas líneas es despedirse de él? ¿Qué se puede decir que no hayan dicho ya personas que han tenido la fortuna de conocerle más y mejor? Los datos no valen para entenderle. Ni el lugar de nacimiento de este madrileño de pro, que ha hecho más méritos para ocupar un lugar en el callejero de la capital que muchos de sus actuales ocupantes. Ni la edad, siempre demasiado temprana, a la que nos ha dejado. Ni siquiera el listado interminable de tebeos e ilustraciones que nos ha dejado como legado.
No, lo que nos hace entender a Azpiri es una maravillosa mezcla de lo que él tenía en su cabeza, lo que transmitía a sus manos para convertirlo en arte y la formidable relación de complicidad que trazaba así con nuestros sueños. Azpiri era imaginación en estado puro. Y tenía eso que tanto envidiamos los que no sabemos ni cómo coger un lápiz, un talento que nos dejaba con la boca abierta cada vez que veíamos uno de sus dibujos.
Daba igual que fueran las sensuales imágenes de Lorna, los mundos de fantasía de Mot o su antológica colección de portadas de videojuegos sin la que no se puede entender cómo creció toda una generación. No importa si dibujaba ciencia ficción, superhéroes, fantasía o terror. Azpiri se convirtió en leyenda por su cuenta y cada uno de esos dibujos llevaba su firma. No hacía falta que la estampara en el lienzo, todos reconocíamos y siempre reconoceremos el trabajo de Azpiri.
Lo gracioso es que ni siquiera con eso agotamos la leyenda de Azpiri. Porque, sí, es leyenda. Lo era en vida y lo será aún más a partir de ahora. Azpiri siempre era cita obligada en las firmas de cualquier evento. Siempre tenía ganas de hablar con quienes disfrutamos de su talento. Siempre nos contaba en qué andaba metido, e intuíamos la ilusión de un niño en su mirada cuando nos hablaba de lo que estaba haciendo y lo que iba a hacer.
Azpiri nos ha dejado. Es tópico, pero nos queda su arte. Y nos queda algo más. Le hemos conocido. Le hemos visto. Era alguien que formaba parte de nuestro mundo y al que hemos podido confesar nuestra admiración cada vez que le hemos tenido al alcance de la mano. No solo forma parte de nuestros sueños, y eso es algo que tendremos para siempre, sino que ha formado parte de nuestras vidas. Y eso no tiene precio.
Hasta siempre, maestro.