Editorial: Penguin Random House / Reservoir Books.
Guión: Charles Burns.
Dibujo: Charles Burns.
Páginas: 72.
Precio: 24,90 euros.
Presentación: Cartoné.
Publicación: Mayo 2015.
Para quienes no lo sepan, procede advertir que Cráneo de azúcar es la tercera parte de una trilogía que tuvo sus dos primeros episodios en Tóxico y La colmena. Y como son episodios de un mismo viaje ya planeado de antemano y no continuaciones de una historia vinculadas al éxito de cada título precedente, resulta altamente conveniente haber pasado por esos dos trabajos anteriores de Charles Burns para disfrutar de este desenlace tal y como ha sido planteado. En realidad, es difícil separar la evaluación de Cráneo de azúcar de la de sus dos partes anteriores por esa misma razón. Y resulta igualmente complicado evaluar algunos detalles del trabajo de Burns sin desvelar las sorpresas que esconde este capítulo final. Lo que sí es evidente y sí se puede decir es que Burns culmina una obra compleja e intensa, en lo emocional y en lo visual, una mezcla entre realidad y subconsciente. Esa misma mezcla pone sobre la mesa la capacidad que tiene su autor para transitar por mundos que beben de influencias tan diversas como el surrealismo o el cómic europeo. Todo le es útil a Burns para ir construyendo este viaje psicológico que tiene un claro objetivo, perturbar al lector mediante una doble vía, por un lado la búsqueda de la memoria de algo que perturba a Doug, el protagonista, y por otro con la creación de un universo fantástico, onírico y mucho más turbio de lo que podría parecer.
La historia que teje Burns provoca un doble efecto. A la vez fascina y perturba. Hay un misterio en curso, que ya se había planteado en las dos entregas anteriores de esta serie sin título genérico, que es el que provoca que Doug y su subconsciente no estén tranquilos. Y ese enfoque realista, que encuentra un demoledor final que encaja con mucha naturalidad en la trayectoria del autor y que cierra perfectamente todo lo planteado hasta ese momento, hace que el contraste con la parte más salvaje de Cráneo de azúcar sea otro elemento más que altere al lector. No es fácil estar preparado para lo que Burns propone precisamente porque es imposible anticipar sus movimiento. Es todo tan sugerente que incluso el lector se puede permitir el lujo de entrar en este punto de la historia sin conocer absolutamente nada y, de alguna perturbadora manera, disfrutar igualmente de esta doble travesía. Y es que cada escena tiene poder por sí sola, incluso sin tener en cuenta el resto. Sucede cuando Johnny, ese trasunto tintinesco de Doug, encuentra a su amada, o el momento en el que Larry, el violento ex novio de Sarah, aparece en escena. El poder de cada instante es único, pero con el contexto de soporte es aún mayor. En todo caso, Burns consigue que todo se entienda incluso sin esa referencia. El doble final del viaje, una doble conclusión que no rompe el ritmo de la obra para nada, es soberbio.
Con un mismo tipo de trazo, Burns se las arregla para que estas dos partes de Cráneo de azúcar, quizá no tan pronunciadas como en Tóxico o La colmena por su número de páginas, sea a la vez perfectamente diferenciables entre sí y asimilables como las dos mitades de un todo espectacular. Burns es Burns, y lo es tanto en las escenas del subconsciente como en las reales. Lo que asombra, más que el trazo o el estilo, es lo sugerente de su narrativa, que no necesita palabras para ofrece al lector interpretaciones interesantes. Eso sucede ya desde su primera página y se incrementa con las metáforas visuales, con el poderoso uso del color y con la enorme expresividad de sus figuras. El juego con el color hace que esta novela gráfica impresione todavía más, y eso, sabiendo que Burns ha destacado también en blanco y negro, es un factor muy a tener en cuenta. Cráneo de azúcar supone el final de un viaje, pero también una nueva confirmación de que su autor es capaz de adentrarse en los rincones más oscuros del cerebro humano, en aquello que cuesta recordar y mucho más plasmar en imágenes, en los problemas del día a día y en su reflejo más onírico. Un tebeo espléndido en su complejidad, que no duda en mostrarse muy experimental por momentos, pero entroncando al mismo tiempo con el cómic independiente norteamericano más reconocible.
Random House publicó originalmente Sugar Skull en septiembre de 2014. El volumen no tiene contenido extra.