Director: Mark Steven Johnson.
Reparto: Nicolas Cage, Eva Mendes, Wes Bentley, Sam Elliott, Donal Logue, Peter Fondo, Brett Cullen, Matt Long, Raquel Alessi.
Guión: Mark Steven Johnson.
Música: Christopher Young.
Duración: 110 minutos.
Distribuidora: Sony.
Estreno: 16 de febrero de 2007 (Estados Unidos y España).
Ya en su momento fue una sorpresa comprobar que Mark Steven Johnson recibió la confianza de los estudios para llevar al cine un tercer superhéroe Marvel, después de que en Daredevil (aquí, su crítica) desaprovechara algunos elementos interesantes para ser una película del montón de las adaptaciones de cómic y con Elektra simplemente cometiera uno de los mayores errores en ese salto de las viñetas a la pantalla. Ghost Rider. El Motorista Fantasma acabó haciendo que la sorpresa diera lugar al enfado. No es que se trate de uno de los personajes más admirables de la Casa de las Ideas, pero la forma en la que Johnson la interpretó es casi la mejor manera de que no suscite interés alguno a quien no conozca a Johnny Blaze y su demoníaco alter ego. Y es que la película no es más que un sentido carente de interés, en el que nada parece funcionar como debiera y que casi funciona mejor como comedia que por sus aspectos más terroríficos. El problema es de base. Johnson no consigue que su historia de origen tenga demasiado gancho, entre otras cosas porque el casting parece a todas luces equivocado, empezando por un histriónico y siempre fuera de lugar Nicholas Cage, y porque las normas de este universo personal del personaje siempre están en el aire para que el escritor y director las utilice como quiera sin dar demasiadas explicaciones.
Si en Daredevil desperdició el acierto en uno de los aspectos más complicados de conseguir en una película basada en un cómic, que la imagen del personaje protagonista fuera creíble, en Ghost Rider sucede lo contrario: la película se cae desde el comienzo por esta misma razón. Hay cierto bueno gusto en la forma en la que los técnicos de efectos especiales retrataron a este personaje de calavera ardiente, pero no sería justo decir que provoca las sensaciones adecuadas. Es un personaje que provoca el miedo en sus víctimas precisamente porque es capaz de mirar en el interior de sus almas, y eso, aunque se quiera llevar a la película en dos momentos, no causa el efecto deseado. O, al menos, el que debería haber tenido, porque parece claro por la interpretación de Cage que no había unas pretensiones reales de que hubiera componentes terroríficos en la historia. El actor comenzaba ya a estar en el declive que ha hecho de sus películas casi un género en sí mismo, y en Ghost Rider se limita a ofrecer una serie de muecas sin sentido que rompen por completo cualquier posibilidad de que el personaje fuera verosímil. Johnny Blaze no tiene aquí nada de atormentado y sí mucho de showman, y ese camino se antoja completamente equivocado para encarar una historia que, no hay que olvidarlo, es un remedo del Fausto de Goethe, con almas vendidas al Diablo, aquí llamado Mefistófeles, como elemento central.
Hay que recordarlo porque la historia se olvida de ello continuamente. La apuesta de Johnson no está en ese trasfondo trágico, sino en un efectismo visual más propio de la serie B, o incluso Z, que de películas de gran presupuesto. Johnson quiere mostrar viñetas, pero se le olvida que el cine está obligado a que su lenguaje sea diferente. Y sí, hay viñetas preciosas con Mefistófeles (un bastante poco carismático Peter Fondo), con el propio Motorista o con el antagonista principal, Blackheart (Wes Bentley, pasando de lo insulso a lo histriónico con una facilidad tremenda), incluso las concesiones más que habituales a introducir una mujer de rotundas formas como elemento que cautive a las audiencias masculinas menos exigentes (Eva Mendes, en una nueva demostración de que sus únicos talentos reales para el cine son físicos). Pero nada, absolutamente nada, tiene el carisma necesario para que la película remonte el vuelo. Incluso es ofensiva la forma en la que el guión desaprovecha la única imagen contundente de la película, la de dos Jinetes Fantasma de diferentes épocas cabalgando juntos por la carretera. Si la película se hubiera montado desde esta contundente escena, habría sido muy diferente. Pero ese momento está ahí sólo para impactar durante unos segundos, no como motor de un personaje y su historia, y por eso el fracaso de la película es rotundo.
Ghost Rider falla, de hecho, desde el principio. Su prólogo, que al menos es breve, no incita a saber más, es sólo una demostración efectista de lo que va a acabar siendo la película. La introducción de Johnny como adolescente no engancha lo más mínimo, ni están bien planeadas cinematográficamente las secuencias clave de ese tramo (el accidente con las llamas de por medio o la despedida bajo la lluvia), pero es la aparición de Cage lo que termina de hacer que la película se hunda. No sólo por él, sería injusto culparle de forma exclusiva de lo mal que salió de la película, entre otras cosas porque hay un único hombre que firma la película como director y como escritor, que no sólo no supo crear un antihéroe adecuado sino que tuvo mucho menos acierto a la hora de componer a sus antagonistas, pero no se puede negar que con un protagonista adecuado el sabor de boca podría haber sido algo más benévolo. Ni siquiera los momentos en los que Ghost Rider sí parece cobrar vida con su moto y su cadena bastan para que la película sea algo más que un insulso intento de llevar al cine al público entusiasmado por el de cine de superhéroes. Eso lo consiguió, porque el filme dobló en taquilla su presupuesto y eso permitió que hubiera una secuela, con los mismos nombres detrás de ella, que incluso empeoró el resultado de este primer título. Pero eso ya es otra triste historia.