Título original: Astérix: Le domaine des dieux.
Director: Alexandre Astier y Louis Clichy.
Reparto: Roger Carel, Guillaume Briat, Lorànt Deutsch, Philippe Morier-Genoud, Alexandre Astier, Alain Chabat, Élie Semoun, Artus de Penguern, Géraldine Nakache.
Guión: Alexandre Astier.
Música: Philippe Rombi.
Duración: 85 minutos.
Distribuidora: Warner.
Estreno: 26 de noviembre de 2014 (Francia), 30 de abril de 2015 (España).
Tras ocho largometrajes de animación tradicional estrenados entre 1967 y 2006 y cuatro de imagen real con el Obélix de Gerard Depardieu como principal reclamo, Astérix da el salto a la animación por ordenador, y lo hace además de una forma brillante. Astérix. La residencia de los dioses está basado en el decimoséptimo álbum de los creados por René Gosciny y Albert Uderzo, de 1971, y es una respuesta divertida y gozosa a una nueva época y quién sabe si también abriendo la franquicia a nuevos públicos, lo que nunca estará de más. No es que Astérix haya perdido popularidad en algún momento, sus álbumes siguen publicándose ya sin sus autores originales y cada nuevo lanzamiento es un acontecimiento en el mundo de la bande desinee, pero el poder del cine es enorme y una película como esta ayudará por fuerza a consolidar la fama internacional de los personajes. La clave está en que se trata de una adaptación fiel al espíritu original aunque con cambios sustanciales, que lleva al terreno actualizado de la más absurda comedia lo que en el álbum escondía una crítica social clara, entre otros elementos al urbanismo galopante de la época en la que se publicó el tebeo. Puede ser ligeramente apabullante por un uso demasiado intenso del sonido y por una acción que no se detiene prácticamente en ningún momento, pero el resultado es la película que Astérix necesitaba para abrir camino en la gran pantalla.
Vista esta primera piedra de una nueva era audiovisual para el personaje, el fenómeno de Astérix se parece bastante al de Mortadelo y Filemón. Los agentes secretos más famosos del tebeo español tuvieron sus películas de animación clásicas, tan cercanas a las viñetas como era humanamente posible, vivieron después discutibles adaptaciones en imagen real y alcanzaron el esplendor con la animación por ordenador. Ahora, las creaciones de Gosciny y Uderzo pueden decir lo mismo, incluso la alegría es más completa puesto que los éxitos de los filmes de imagen real (no se habrían hecho hasta cuatro películas si no dieran suficiente dinero) no ocultan una calidad cinematográfica mucho más deficiente que la de Mortadelo y Filemón y una narrativa simplista e infantil, utilizado este término en el peor de los sentidos. Así, Astérix. La residencia de los dioses es exactamente todo lo que se puede esperar de una película de estos irreductibles galos, con la camaradería entre Astérix y Obélix, las gracias de Ideafix, momentos destacables para cada uno de los habitantes de la aldea inconquistable, detalles ineludibles en cualquier película de los personajes como la oportuna adaptación de la mítica frase «estos romanos están locos», el inevitable final festivo o la aparición de jabalíes y menhires, o la amenazadora presencia de Julio César como villano de la función.
Y todo ello con un ritmo impresionante, puede que a veces incluso excesivo, pero en realidad necesario para que toda la acción quede contenida en sus 85 minutos y porque es reflejo de lo que era y sigue siendo el álbum en el que se basa la cinta. Astérix es así, funciona con este magnífico sentido del humor que Alexandre Astier y Louis Clichy saben dar a su película, entendiendo a los personajes y el humor que les corresponde. No intentan cambiar, innovar o modernizar, sino que entienden que su trabajo es dar un lujoso envoltorio a una historia que siempre ha funcionado. Y es lujoso, no hay duda, porque la animación es extraordinaria. Siendo una película francesa, no tiene nada que envidiar a las grandes producciones animadas de los estudios de Hollywood, y eso es algo que se dice con frecuencia pero que suele olvidarse con facilidad cada vez que llega algo del otro lado del océano. Astier y Clichy saben además dar cuerpo al tebeo, agrandando los escenarios, abriendo los planos, dando una sensación de espacio, movimiento y profundidad que Astérix no había tenido hasta ahora en el cine, y haciendo que el guión cobre forma de una forma vertiginosa, con un espléndido uso del humor más físico pero también de los divertidos diálogos que siempre presiden las aventuras de los galos de Gosciny y Uderzo.
La única sensación de duda que deja la película es el ya mencionado efecto apabullante que tiene en algunos momentos, del que casi parece ser consciente la película cuando juega con el sonido en una escena en la que los galos pretenden atronar a los romanos y se tapan los oídos con lo que tienen a mano. Eso también puede pasar a este lado de la pantalla, pero en general es un divertimento tan sincero y deudor de los logros de unos álbumes que han proporcionado entretenimiento a tantas y tantas generaciones ya, que se le puede perdonar cualquier mínimo defecto que tenga. Da la impresión de que Astérix. La residencia de los dioses es la mejor película que se podía conseguir hoy por hoy, y eso, lejos de ser una forma de limitar su efecto u ocultar sus carencias, es el reconocimiento a un espléndido trabajo. La película gustará a los aficionados de toda la vida y divertirá a los chavales de hoy, porque el carisma de Astérix, Obélix, Ideafix y compañía sigue intacto, y este maquiavélico plan de César para llevar una ciudad de lujo romana a las inmediaciones de la aldea gala tiene todo lo que tiene que tener una película para contentar a todo el mundo. Y de paso abre una vía a que podamos seguir disfrutando en el futuro y en la gran pantalla de estas inmortales aventuras. Muy buen trabajo, muy buena adaptación y muy buena película para todos los públicos.