Guión: Ricardo Vilbor.
Dibujo: Vicente Montalbá.
Páginas: 144.
Precio: 16,50 euros.
Presentación: Rústica con solapas.
Publicación: Febrero 2015.
La tentación de calificar de primeras Carroñero como una mezcla entre Conan y Groo es intensa, pero no termina de definir las pretensiones de Ricarco Vilbor y Vicente Montalbá ni desde el punto de vista narrativo ni desde el visual. Es, efectivamente, la historia de un ladrón, un guerrero, un borracho, un personaje que guarda muchas similitudes con el bárbaro creado por Robert E. Howard, pero dibujado con un toque caricaturesco que recuerda en algún sentido a la parodia de Sergio Aragonés. Pero es más que eso. Deja una sensación singular porque la historia, más allá de ser el retrato crespuscular de un héroe de antaño, tiene unas preocupaciones sociales que no es difícil conectar con una crítica actual, hasta el punto de que hay una alusión visual directa al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en el despótico y caprichoso rey de Kreig. Y desde luego el dibujo de Montalbá está mucho más cercano al de un Robert Crumb que al del mencionado Aragonés, ni mucho menos a los de quienes han llevado a Conan a sus momentos más gloriosos. Así que cabe preguntarse qué es exactamente Carroñero, pero lo mejor es lanzarse de lleno a sus páginas sin reparos ni prejuicios. Siendo la amalgama que es y con unos objetivos más ambiciosos de lo que parece, puede no contentar a todo el mundo, no a quienes esperen una aventura o una parodia pura. Pero si se aceptan sus normas el resultado es sorprendente y notable.
Esa calificación es consecuencia directa de los dos claros niveles de lectura que plantea. Por un lado está el retrato de su protagonista, de tintes claramente crepusculares, pensado como la última aventura de un personaje de leyenda. En ese terreno, Vilbor se las arregla para construir todo lo que necesita para que el presente y el pasado de Khanis Fhou sea perfectamente comprensible. Ese es un esfuerzo enorme dado el poco espacio de que dispone, sobre todo porque tampoco escatima en escenas de batalla. Aún siendo un gran entretenimiento, desde ese punto de vista se puede pensar que hay elementos de copia a los referentes ya mencionados, y es por eso por lo que entra en juego el segundo nivel de lectura. Y es que en Carroñero hay muchos elementos analizables. La razón por la que se desencadena la guerra, la forma en que cada personaje se comporta ante ella, los traumas del pasado de Khanis que conducen a la explosión climática final, el retrato de los gobernantes y de la política en su extensión… Hay muchos detalles de interés que Vilbor desliza en la historia y que a veces se manifiestan casi como un subtexto oculto debajo de la aventura más sencilla, pero que quedan explicitados no sólo por el tono crepuscular del relato, en general del mundo que describe, sino también por su contundente pesimismo vital y humano.
Tiene mérito que, desprendiendo esas sensaciones, Carroñero sea capaz igualmente de ofrecer al lector las dosis de entretenimiento que cabe esperar de las aventuras de un bárbaro guerrero, y quizá se pueda empezar por ahí a evaluar los méritos del dibujo de Montalbá. No es el suyo el trazo más tradicional del género de espada y brujería, y quizá por eso despierta curiosidad desde el principio. Ahora bien, quien espere un tono de caricatura se llevará más de una sorpresa, porque Montalbá dibuja los momentos más crudos y violentos sin límite alguno, como si efectivamente fuera esta una historia de Conan no apta para los más pequeños. Y ahí convence, porque todo es descarnado y brutal, en consonancia con el fondo de la historia y sin salirse de los márgenes del género que están evaluando. Incluso la sensación de movimiento se marca con mucho acierto, a pesar de que el estilo de dibujo no es el que más podría beneficiar a la narrativa en ese sentido por lo estático que pueden resultar los diseños. Carroñero es un tebeo violento, cínico y épico, y no lo es desde los terrenos más cómodos para los lectores de la fantasía heroica, algo que convierte esta novela gráfica en una apuesta sorprendente y de las que merece la pena leer. Como se ha apuntado más arriba, quizá no convenza a todos los lectores por alejarse de lo más tradicional, pero es justo eso lo que le da un encanto singular.
El único contenido extra del libro es una introducción de Santi Selvi.