Director: Katsuhiro Otomo.
Reparto: Mitsuo Iwata, Nozomu Sasaki, Mami Koyama, Taro Ishida, Mizuho Suzuki, Tessho Genda, Fukue Ito, Tatsuhiko Nakamura, Kazuhiro Kamifuji, Yuriko Fuchizaki.
Guión: Katsuhiro Otomo e Izo Hashimoto.
Música: Shoji Yamashiro.
Duración: 120 minutos.
Distribuidora: Toho.
Estreno: 16 de julio de 1988 (Japón), 25 de diciembre de 1989 (Estados Unidos), 10 de julio de 1992 (España).
Pocos nombres relacionados con la ficción japonesa serán más conocidos que el de Akira, serie manga que se publicó por primera vez entre 1982 y 1990 y que tuvo esta muy conocida adaptación cinematográfica. El hecho de que tanto el mítico manga como esta cinta lleven el nombre del mismo autor, Katsuhiro Otomo, es garantía suficiente de fidelidad a las bases de una historia postapocalíptica y espectacular que supuso la puerta al cómic y a la animación japoneses para buena parte del mundo occidental. Sin embargo, es importante dejar claro que la película carece de buena parte de la complejidad del manga, saltándose casi por completo su segunda mitad y reduciendo el número de personajes, tramas e incluso escenarios de una forma drástica. La película impresiona, de eso no cabe duda, lo hace desde el portentoso trabajo de diseño, pero también, incluso después de que el cuarto de siglo que ha transcurrido desde su estreno, tiempo en el que los artificios informáticos han dotado al cine de una habilidad descomunal para mostrar prácticamente cualquier cosa en la pantalla, sigue siendo una pieza de animación extraordinaria desde lo artesanal. Nada falla si se asimila desde el principio que los objetivos de la película están más cercanos al ilimitado goce visual que a la ambición de género que se mostraba casi en cada segmento del manga. Si no se asimila, la película es una muy entretenida constatación de que el manga original está muy por encima. Pero la diferencia hay que buscarle entre el mito original y la satisfacción del producto derivado.
La simplificación era, en todo caso, obligada. Por mucho que Akira, la película, llegue a las dos horas de duración, resultaba imposible plantearse la inclusión de todo lo que sucede en las más de 2.000 páginas que tiene el manga. Es verdad que eso limita mucho su alcance, sobre todo en las facetas de ciencia ficción más relacionadas con el escenario, en una Neo-Tokio reconstruida tras una Tercera Guerra Mundial y con el dominio casi mesiánico de Akira y Tetsuo gracias a sus descomunales poderes. En la película, Akira acaba siendo una ausencia más que una presencia, a pesar de su protagonismo en el tramo final, una aspiración y un misterio, como sucedía en la primera mitad del cómic, pero el alcance es de esta manera mucho menor. ¿Peor? No necesariamente. Otomo, de hecho, hace un ímprobo trabajo de adaptación en el que lo que más puede chirriar es la recolocación de algún que otro personaje en papeles mucho menos complejos que en las viñetas, algo que no notara quien no haya leído el manga. Al margen de eso, la reducción de la trama es más que correcta y contiene los elementos esenciales que había en la historia original. Otomo centra con más fuerza la historia en la rivalidad que se establece entre Kaneda y Tetsuo, y en el desarrollo de los poderes de este. Y ese antagonismo mantiene la misma fuerza que en el manga.
Si bien la adaptación puede generar diferentes puntos de vista entre los aficionados, algo lógico por lo descomunal que era la tarea y por lo que entra y lo que no en esta versión, lo que no genera ningún atisbo de duda es el apabullante aspecto visual del filme. Apabullante por cantidad y por calidad. Akira ofrece un trabajo impresionante, que multiplica la labor de diseño y de dibujo de cualquier filme de su época. Se puede pensar que buena parte de este trabajo surge de los logros del manga, pero la película respeta, amplia e incluso engrandece lo que hay en las páginas impresas, dándole vida a un futuro oscuro y amenazador que tiene como principal referente el de Blade Runner. Pero es que además llega hasta el resultado final sin la intervención de herramientas informáticas. Lo que se ve en la pantalla es un dibujo tradicional y artesanal, espléndido incluso para los estándares actuales, con una cantidad de detalle que en otras producciones habría provocado un movimiento tosco y limitado y que aquí no consigue frenar el formidable trabajo de los animadores. Por estar en una época en la que la informática comenzaba a irrumpir en el cine, Akira puede considerarse como una de las últimas cumbres clásicas de la animación, que triunfa con sus personajes, con el movimiento (algo esencial, teniendo en cuenta que los protagonistas son moteros), con los aspectos más propios de la ciencia ficción (ojo al clímax) y también con la ambientación, haciendo que Neo-Tokio sea un personaje más.
Quizá el hecho de que fuera el primer gran anime que llegó a manos de muchos aficionados haya hecho que su leyenda sea mayor de lo que realmente merece, pero en todo caso es una película intensa, atractiva y valiente que merece mucho la pena. Puede que la mejor forma de disfrutarla sea entenderla como una forma diferente de aproximarse al mundo de Akira y no necesariamente como una adaptación, puesto que, de hecho, no atiende a la literalidad de lo que acontece en el manga. Así, el disfrute es espléndido, derivado en primer lugar de la fascinación que producen su mundo y sus imágenes, pero también de algunos de sus atrevidos conceptos sobre la evolución humana, por mucho que el tiempo limite el alcance de los mismos con respecto al manga. Otomo apostó por asentar debidamente a sus personajes, y por eso la introducción puede sentirse algo prolongada, pero de esta forma se entiende mejor la rivalidad entre Kaneda y Tetsuo que se acaba convirtiendo en el foco principal. No es que la película sea más violenta que el tebeo, pero sí destaca mucho más los momentos más intensos de esa violencia, marcando también ahí otra diferencia esencial. Pero en todo caso Akira es una de esas películas obligatorias para cualquier interesado en el manga, en el anime, en el cómic o en la ciencia ficción, tanto como lo es el original en el que está basado.
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