Título original: Flash Gordon.
Director: Mike Hodges.
Reparto: Sam Jones, Melody Anderson, Max von Sydow, Chaim Topol, Ornella Muti, Timothy Dalton, Brian Blessed, Peter Wyngarde, Mariangela Melato.
Guión: Lorenzo Semple Jr..
Música: Queen y Howard Blake.
Duración: 106 minutos.
Distribuidora: Universal.
Estreno: 5 de diciembre 1980 (Estados Unidos), 6 de diciembre de 1980 (España).
Hay en Flash Gordon mucho más de película de culto que de gran película. Si se analiza con frialdad, esta revisión de la tira creada por Alex Raymond es una pieza fuera de su tiempo y a la que envejecer no le ayuda a mejorar. Cuando se estrenó, Star Wars ya era una leyenda y la comparación entre los efectos visuales de una y otra (siempre es divertido recordar que George Lucas decidió crear su propio universo cuando supo que los derechos para hacer una película de Flash Gordon ya estaban vendidos) es hasta vergonzosa para el filme de Mike Hodges. Su estilo camp recuerda más a la serie de Batman y su película (aquí, su crítica) que al mundo nuevo que abrió Star Wars, algo que no es casual viendo que esta epopeya de ciencia ficción y la aventura cómic del Hombre Murciélago comparten guionista, Lorenzo Semple. Y sin embargo, ver, descubrir o revisitar Flash Gordon sigue siendo una experiencia placentera y única, todo un gozo para quienes sepan colocar la película en su contexto y aprecien el disfrute que proporciona a distintos niveles, empezando por la luminosa y colorista traslación de las viñetas a la pantalla o su espectacular reparto.
Pocas veces se habrá hecho una adaptación de cómic llevándolo a imágenes reales de una forma tan literal como ésta. Y aunque esa distancia de dos décadas entre Batman y Flash Gordon invite a pensar en que ésta es una producción de serie B, no lo es en absoluto, ni por presupuesto ni por pretensiones. Todo lo que hay en Flash Gordon es intencionado. El vestuario, el color, las luces, el sonido, todo conforma un mundo que quiere ser exactamente así, que pretende llevar una estética exageradamente pop de los años 60 a un entorno de ciencia ficción creado ya en la década de los 80, para aprovechar los aspectos más ingenuos del cómic en la creación de una aventura espacial que entrara por los ojos y por los oídos sin que necesariamente lleve al espectador a pensar que está admirando una obra excelente. Flash Gordon no es una gran película, pero no cuesta nada reconocer que el entretenimiento es total, ya desde unos títulos de crédito que muestran viñetas del cómic antes incluso de que veamos las versiones de los mismos personajes en carne y hueso (lo único que se escucha es la voz del gran Max von Sydow dando vida a Ming).
En aquellos años, adaptar un cómic suponía buscar actores que fueran idénticos a los que había en las viñetas. Por eso Sam J. Jones es Flash Gordon, pero lo mismo se podría decir del resto del reparto, independiente de la categoría de cada actor. Von Sydow es el perfecto Ming, y sin embargo la película no termina de sacarle partido porque falta el mítico duelo de espadas con Flash que, de hecho, se anticipa en las viñetas que aparecen en los créditos iniciales. Melody Anderson y Ornella Muti son bellezas diferentes que encajan a la perfección en la película, la inocente dulzura en el caso de la primera para crear una espléndida Dale Arden y la lujuria traicionera en el caso de la segunda para compone una inmejorable y siempre carnal Aura. Chaim Topol es un adecuadamente desquiciado doctor Zarkov, y es imposible discutir lo adecuados que son Brian Blessed con sus míticos diálogos y Timothy Dalton con una planta envidiable como Vultan y Barin, los dos grandes príncipes de las lunas de Mongo. Es, efectivamente, un festival para la vista, como los son los escenarios y el vestuario, todo pensado para que Flash Grdon sea un filme único en su clase.
En su momento no terminó de ser entendida y eso provocó que la taquilla no respaldara la apuesta, pero con los años se fue convirtiendo esa película de culto de la que se disfrutan incluso sus flaquezas. La música de Queen se cuela en la mente del espectador con tal facilidad que hay una enorme predisposición a pasarlo bien. Y eso implica aceptar hasta el escaso movimiento de las alas de los Hombre Halcón, la meridiana claridad con la que se distinguen las maquetas, o los cromas que hoy mejoraría cualquier aficionado a las artes audiovisuales con un simple ordenador. Pero es que en ese entorno tan ingenuo es fácil admirar el heroísmo de Flash Gordon, enternecerse con el romántico amor de Flash y Dale (incluso aunque la primera secuencia ante Ming, en la que el héroe recuerda que es un jugador de fútbol americano, y ella asume la función de animadora, cause cierto sonrojo dentro del desenfadado entretenimiento) admirar la desbordante sexualidad de Ornella Muti con sus diferentes trajes o recrearse con el despiadado Ming, el histrónico Vultan o el principesco Barin. Y es que, entrando en su juego, el disfrute con Flash Gordon es casi inevitable.