‘100 balas’ 4, de Brian Azzarello y Eduardo Risso

Editorial: ECC.

Guión: Brian Azzarello.

Dibujo: Eduardo Risso.

Páginas: 240.

Precio: 19,95 euros.

Presentación: Rústica.

Publicación: Junio 2014.

Dentro de la compleja estructura de 100 balas, hay una intención de Brian Azzarello y Eduardo Risso en cada historia que cuentan. Cuando es un relato corto, es por algo. Y cuando es uno más largo, también tiene una razón de ser. La historia central de este cuarto volumen, El falso detective,  es uno de esos puntos culminantes que hacen de esta serie un referente esencial del cómic negro de la primera década del siglo XX. Lo es porque ese relato es el más puramente noir que se ha visto hasta ese momento de 100 balas, con un detective, un crimen que resolver, mujeres fatales por todas partes y un ambiente sucio y decadente. La de Milo Garret es una historia pausada, cocinada, en la que cada paso es trascendente. Otros autores probablemente la habrían resuelto en menos espacio, pero Azzarello disfruta con el ambiente y deja que Risso haga lo propio. Volvemos una vez más a la brutal importancia que tiene la conjunción perfecta entre los dos autores. Y después del clímax, la serie vuelve a su razón de ser original, la del relato corto, la de un punto concreto de la podredumbre humana en la que esas cien balas, esa organización secreta y esos criminales que podrían salir libres de culpa lo marcan absolutamente todo.

Los elogios a los guiones de Azzarello por 100 balas son redundantes desde el que el segundo volumen demostrara que el primero era el modelo y no una excepción. La serie es buenísima porque juega con una habilidad extraordinaria con los elementos más tradicionales del género y los pasa por una batidora personal (tanto en el guión como en el dibujo) que le da unas características distintivas dentro de un plan muy ambicioso que pasa por dar nuevos detalles de la organización que se esconde detrás de la oferta de las 100 balas con cuentagotas. Pocos autores como Azzarello saben esquivar con tanta facilidad los peligros sexistas de sus mujeres fatales. ¿Físicamente deslumbrantes? Desde luego. Pero también maquiavélicamente inteligentes o magníficamente manipuladas. Hombres de negocios perversos, matones de lo más variados, escenarios creados por y para el dinero y viciados por la perversión. 100 balas, en definitiva. Y tanto encaja en ese modelo El falso detective como la recuperación de la primera destinataria del famoso maletín, Dizzi, en Accidentalmente a propósito, el memorable atraco de Cole Burns Mano Lenta, la herencia de familia mafiosa en La audición de la ambición o las divertidas traiciones de Noche de paga.

Si sobre Azzarello se pueden acumular elogios, qué decir de Risso. El argentino tiene un estilo único y reconocible. Pero de alguna manera, 100 balas también. Las sombras, la oscuridad, los terrores urbanos son esenciales para entender a Risso. Sus figuras, también. Sus miradas, el movimiento corporal de cada uno de sus personajes, que dice tanto como la ambientación de cada una de las escenas. No deja de ser curioso que un autor autodidacta sepa impartir lecciones tan extraordinarias como las de 100 balas. La expresividad que da a Garret, un detective que se pasa casi toda la historia central de este volumen con la cara completamente vendada, es increíble y rivaliza con la sexualidad visible de sus mujeres fatales o con la crudeza de los instantes más violentos (donde destacan los finales de las tres últimas historias de esta entrega). 100 balas es tan buena que al llegar al final de este cuarto volumen parece que lleve ya años ininterrumpidos de publicación. Y sólo atravesaba entonces el tercer año de vida. Pero su mundo es tan denso, tan fascinante y tan único, que cada historia engrosa una lista de valiosos logros que sólo Azzarello y Risso pueden firmar.

El volumen incluye los números 31 a 40 de 100 Bullets, publicados originalmente por DC Comics a través de su sello Vertigo entre enero de 2002 y enero de 2003. Además de un artículo final escrito por David Chaiko, el único contenido extra son las cubiertas originales, obra de Dave Johnson.