Guión: Antoine Ozanam.
Dibujo: Antoine Carrion.
Páginas: 136.
Precio: 22 euros.
Presentación: Cartoné.
Publicación: Enero 2014.
Antoine Ozanam y Antoine Carrion (que firma el libro como Tentacle Eye) no han firmado en El canto de los sables un tebeo precisamente fácil. Su apuesta histórica, el Japón del siglo XIX que vive el paso de la antigüedad a la modernidad, es más una deducción que una exposición. Los aspectos más oníricos y fantásticos del cuento que plantean no siempre se lo ponen fácil al lector. La filosofía oriental y el retrato sobre el amor y la locura que plasma la obra tampoco son el vehículo más sencillo para llevar a cabo la historia, muy episódica y menos compleja de lo que parece a simple vista. Por estos motivos, El canto de los sables puede ser una lectura dura, en ocasiones incluso puede rozar la incomprensión aunque su poético final lo aclare todo, pero tanto su aspecto, calculadamente deslabazado, pictórico y con el color como poderosa arma narrativa, como su fondo esconden elementos de interés que merecen la pena. Puede que el tebeo gane con una segunda lectura, en la que los matices se captan de una forma más completa, la historia fluye con más acierto y los personajes cobran más fuerza. Tanta exigencia al lector se debe al guión de Ozanam más que al dibujo de Carrion, aunque hay una simbiosis entre ambos que se puede calificar de interesante.
Ozanam plantea un relato tan concreto y cerrado que cuesta encontrarle la épica que se intuye en su principio y en su final. Si el objetivo hubiera sido ver el cambio de época en Japón que simboliza el enfrentamiento final entre la espada y el arma de fuego, el tebeo tendría que haber sido diferente. En realidad, al acabar la lectura la sensación es que lo que ha buscado es que los personajes prevalezcan sobre el contexto y, por tanto, las sensaciones personales, las emociones y los sentimientos sean el auténtico motor de El canto de los sables. Con tan poca información y con unos textos que se vuelcan en lo filosófico (aportan mucho más los diálogos que los cartuchos de texto), es difícil entender la verdadera dimensión del relato y la atención se va a lo más pequeño, a lo más íntimo, cuando quizá una mezcla de ambos habría beneficiado al tebeo. Una vez asumida esa forma de acercarse a la obra, ésta crece algo más, aunque Ozanam no termina de cerrar algunas tramas con el mismo acierto que las plantea y ante los grandes temas que toca (la familia, el amor, el honor). Es justo eso lo que termina lastrando la estructura en movimientos (que no capítulos, otro toque onírico y musical) que plantea el autor y lo que hace menos sencilla la lectura, dejando buena parte del peso en su apartado gráfico.
Ahí el resultado es mucho más satisfactorio. Carrion completa un tebeo que tiene mucho de experimental. El juego constante de colores es magnífico y uno de los ejercicios más agradecidos que plantea es el de imbuirse en ellos para captar las sensaciones de cada escena. Esto se ve incluso más acentuado por el hecho de que Ozanam deja muchas escenas sin diálogo, lo que obliga a Carrion a asumir el peso de la narración. Lo hace incluso desde su trazo sucio porque con esas dos herramientas (dejar a un lado el realismo y su asombrosa paleta de colores y tonalidades) se ve inmerso en el mundo de sensaciones que quiere ser el cómic. El dibujo no sólo abraza sin miedo todos los temas que plantea el libro, sino que los desarrolla de una manera brillante y atractiva. El canto de los sables arranca con mucha ambición y la satisface sólo a medias porque se contenta con narrar un episodio al que le falta mucha información, pero si consigue fascinar es por un envoltorio visual en el que el lector se deja llevar con mucha facilidad. Tampoco es un tipo de ilustración, pero dándole el tiempo necesario se aprecian auténticas genialidades en el trabajo de Carrion. Eso es, con diferencia, lo mejor de esta obra.
Casterman publicó originalmente Le chant des sabres en mayo de 2008. Como contenido extra, el libro ofrece un portafolio de bocetos e ilustraciones.