‘La revolución de los pinceles’, de Josep Busquet y Pere Mejan

Editorial: Dolmen.

Guión: Josep Busquet.

Dibujo: Pere Mejan.

Páginas: 92.

Precio: 15 euros.

Presentación: Cartoné.

Publicación: Febrero 2008.

Con el paso de los años como testigo, aunque sean pocos por ahora, se ve una tendencia en La revolución de los pinceles. En su momento cosechó premios y menciones de mucha importancia, y sin embargo la crítica le encontró unos cuantos detalles mejorables, rebajando su valoración final. Lo primero es lógico por las aspiraciones que tiene la obra, la de llevar los problemas del sector a un escenario revolucionario y romántico con una doble lectura fascinante, un planteamiento que por fuerza tiene que llamar la atención en el aún limitado panorama del tebeo patrio. Lo segundo es igualmente lógico, forma parte del trabajo de quienes evalúan las obras en viñetas que llegan al mercado. Pero en el fondo, y pasados esos años desde que La revolución de los pinceles se publicó, se siente algo más de justicia en lo primero. Es verdad que no es una obra redonda, pero sí reúne suficientes méritos como para que sus defectos pasen bastante más desapercibidos de lo que lo hicieron en su momento. No es un ejercicio de buenismo o de misericordia, sino de justicia, casi siguiendo el símil que plantea la propia historia. Josep Busquet y Pere Mejan construyen una obra fresca, original, irónica y dramática, que se lee en un suspiro, y no precisamente por su brevedad.

Quizá con una mayor extensión, más viñetas y un retrato de personajes algo más perfilado, el relato de Busquet y Mejan habría sido considerado como una obra maestra sin tantas puntualizaciones. Es ahí donde se pueden encontrar sus puntos flacos, y siempre da la impresión de que el número de páginas el el único límite real de la historia. ¿Qué habría sucedido de haber caído en manos de un editor frances más dispuesto a asumir el riesgo? Nunca se sabrá. Lo que sí está claro es que Busquet es un autor que rebosa inteligencia para abordar los más diversos géneros. La revolución de los pinceles es una sátira con un elevado componente crítico que destaca por su doble lectura. Es un alegato en favor de los artistas, pero no sólo de los de la época, y se pueden ver con mucha claridad trazos de lo que es la actual industria del cómic. Su espíritu reivindicativo es elogiable, y éste es lo que hace necesario que la historia se cierre con un poso de optimismo. Si una mayor extensión podría haber dado a la obra un carácter más redondo, también se puede aplicar la mirada opuesta a la obra y admitir que es difícil contar tanto como cuenta Busquet en tan poco espacio. Y en el cómic español casi siempre merece más la pena ver la botella medio llena que medio vacía.

Pere Mejan se muestra también como un espléndido narrador. Volviendo a entender el número de páginas como la mayor limitación que tiene La revolución de los pinceles, lo cierto es que consigue sacar bastante partido al espacio del que dispone para que los personajes sean reconocibles, la acción atractiva y los escenarios luzcan mucho. No parece una casualidad que el negro se vaya imponiendo el blanco según la historia va adquiriendo tintes más dramáticos y los dibujantes del relato se tienen que ir enfrentando a una situación cada vez más angustiosa. Es la forma en la que Mejan deja claro que la revolución, aún partiendo de una situación de cierta comicidad (que también se explota en las dos páginas finales, enormes chistes sobre la profesión ambientados en el momento histórico del relato), va totalmente en serio, que realmente hay reivindicaciones detrás de esta historia ficticia y que, en el fondo, el cómic es un canto de amor precisamente a este medio y a los tantas veces maltratados autores. La revolución de los pinceles es una obra que, con sus dobles lecturas y su talento narrativo, es una obra que se devora más que leerse, y que quizá se apreciará de una forma más positiva y cariñosa cada vez que se vuelva a sus páginas.