CÓMIC PARA TODOS

Entrevista con Jesús Redondo

ComicLeganés03No son demasiadas las veces en las que da verdadera pena finalizar una entrevista, en las que el tiempo que un profesional ha pasado haciendo preguntas a una personalidad de algún terreno, en este caso el cómic, se hace corto a pesar de haber excedido con mucho los minutos que había solicitado. Esa es la sensación que deja charlar con Jesús Redondo, un enorme dibujante, un clásico de la historieta española, con décadas de trayectoria profesional a sus espaldas y que en la inauguración de las Jornadas de Cómic y Manga de Leganés, donde pudimos hablar con él, explicó que para él el cómic es, por encima de todo, un amor.

Cuéntanos cómo nació ese amor por el cómic y sus primeros pasos…

Lo mío es un amor, no te voy a decir enfermizo, pero sí un amor de juventud. Siempre me ha gustado el dibujo. Yo pensaba «quiero hacer esto, quiero hacer esto». Yo le decía a un pariente mío que tuvo un cargo bastante alto y ganaba cierto dinero que lo de estudiar a mí me patinaba un poco, siempre fui un estudiante desastroso, y yo quería dedicarme a hacer lo que entonces llamábamos tebeos. «¡Hombre, eso es ruinoso, te vas a morir de hambre!», me decía. Eso lo recogió mi padre y me dijo «tú estudias». Mis libros de apuntes no eran eso, eran cuadernos de dibujos, daría algo ahora por tenerlos. A los 16 hice el gran fracaso de mi vida escolar y mi padre, que era maestro, me dijo que «o trabajas o estudias, y yo quiero que estudies». Nada, a trabajar. Estuve tres años en una fábrica de azúcar, y al cabo de los tres años le dije que estudiaba. Hice profesorado mercantil y acabando eso, ya cansado de que mi padre me diera la propina, me vine a Madrid, y siempre pensando en dibujar. Como Madrid pillaba muy cerca de Valladolid, que entonces tardabas seis horas, lo más fácil era una agencia de publicidad.  Visité una, no me acuerdo cual, me cogían pero a mí no me gustaban ellos. Visité otra, que se llamaba Cid, me cogieron, me gustaron y me quedé. Al año y pico me hicieron jefe del estudio y al año me casé. Héteme aquí que cuando me casé estando en Madrid, el mismo día de mi boda, que me casé por la tarde, me aparta mi padre al pie de la iglesia, vestido como un escarabajo, y me dice, «ven aquí, Susín», y me enseña un telegrama que había llegado de Barcelona de una tal señora Mora que quería verme urgentemente. «Llevas dos años y pico fuera de casa, pero estás en Madrid, ¿es que tienes también un lío en Barcelona?», me preguntó. «No, no, no tengo líos ni en Madrid ni en Barcelona», le dije. Dándole vueltas, ya al día siguiente, caí en la cuenta de que como veinte días antes un rotulista del estudio, un chico encantador que se llamaba Emilio, había mandado dibujos míos a Bruguera. Y quien estaba encargado de todo esto era la señora Mora, mujer de Víctor Mora, le gustó mi trabajo y se puso en contacto conmigo de aquella manera. Cambiamos la ruta del viaje de novios y nos fuimos a Barcelona. Tuve una entrevista con Armonía y me ofreció un contrato, y hablo del año 61, de 10.000 pesetas al mes. Y en el año 61 10.000 pesetas no las ganaba todo el mundo. Y dije, «puñeta, en Madrid me quieren hacer una faena, tengo un piso vacío en Valladolid y aquí voy a ganar entre 7.000 y 10.000». A Valladolid. Tenía ya piso en Madrid alquilado, lo desalquilé, y a Valladolid. Siempre desde chiquitín dibujando, es que es amor por dibujar, y va a esta señora, además de dibujar porque a mí la publicidad no me gustaba nada, y me ofrece la posibilidad de hacer el amor de mi vida, que es hacer tebeos. Y después de 52 años aquí estamos, sigo enamorado del dibujo y sigo enamorado del tebeo.

Has recordado que te formaste dibujando desde crío. Es curioso, porque hoy parece que todo dibujante tiene que pasar por una escuela o una academia…

Hoy día tropiezas con un chico y te dice que es licenciado en Bellas Artes y no sé qué más, y te quedas anonadado. Es que este chico las técnicas que ya trae ahora las he aprendido yo a base de diez o quince años. Vienen con una preparación asombrosa, hay gente buenísima. Para la gente de mi generación, y un poco después también, todo ha sido a base de trabajar y estudiar, coger un tebeo por ejemplo de Harold Foster, de Alex Raymond, y hasta con lupa los mirabas. Y te morías de envidia. Hoy día me pasa, porque veo trabajos de muchos y sigo odiándoles con toda mi alma porque lo hacen maravillosamente bien. Y eso es estudiarlo e ir deduciendo cómo lo han enfocado, orientado y resuelto. Con la práctica vas aprendiendo.

En aquella época, obviamente la tecnología no tenía nada que ver con la actual. ¿Cómo trabajaba entonces un dibujante, mas teniendo en cuenta que vivías en Valladolid y lo hacías para una editorial que estaba en Barcelona?

El trabajo en esencia es el mismo. La mayoría de mi trabajo ha sido a través de agencia. Tú recibes el guión. Mi consejo es que te aprendas el guión, que amplíes el guión si es posible. Aunque muy pocas veces me han dejado, yo siempre he pedido al editor que me deje tener comunicación con el guionista, porque intercambias ideas, opiniones, y eso siempre es útil. Después estudiar el personaje, hacer el abocetado de las páginas, encajarlo, etc. Eran tiempos en los que cogías tu lápiz, lo acababas, calculabas el espacio de los textos, lo pasaban a tinta y lo mandabas. Y entonces normalmente te lo destrozaban con el color. Concretamente la editorial Bruguera tenía en los talleres a un par de chicos que cogían el rojo, el verde y el azul y decían aquí verde, aquí rojo, aquí azul y hala, al taller. Claro, eso era un crimen. Después de eso, alguna vez te dejaban dar el color. El color lo dábamos en el reverso de la página que habías dibujado. Lo ponías en un cristal, una mesa calco, y dabas el color por detrás. El problema es que tenías que dar colores planos, no podías hacer degradados, no los iban a registrar en la publicación. Ya en plan milagro, que yo no lo hice nunca, algunos hacían un color directo, pero encarecía mucho la imprenta porque era estudiar mucho la selección de colores. Era más fácil hacerla separando el negro de los colores. No obstante, eran crímenes lo que solían sacar, pero a veces salían cosas dignas.

Con este relato, da la impresión de que el villano, el malo de este cómic es el editor. ¿Cómo era esa batalla entre un autor y un editor?

El editor en general siempre ha querido imponer lo que él opina. Si eres consciente, tienes que saber que es el responsable de la edición y es de suponer que tiene un estudio de mercado. Hace tiempo decíamos que este señor sabía lo que se vende y qué es lo que le gusta a la gente, y algo te orientaba. Yo tengo muy buenas experiencias con editores y experiencias muy desagradables. Por ejemplo, llegar a los más de 50 años a Nueva York, que te reciba un editor y que además te hace hablar en inglés el muy desgraciado siendo hispano y hablando español. Bueno, le hablabas en inglés. Y me decía «usted tiene que hacer esto así, y así, y así». Y te quedas mirando y dices… Yo me quedé con muchas ganas muchas veces de decir «verá usted, lo que usted me está diciendo a mí ya se me ha olvidado, yo le estoy ofreciendo algo más avanzado, algo mejor, y además usted no me tiene que decir cómo tengo que trabajar yo. Usted pídame una línea de trabajo en un determinado sentido y si soy capaz de hacerlo lo haré y si no le voy a decir ahora mismo que no, pero no me venga a enseñar a dibujar ni lo que es mi trabajo, por el amor de Dios, eso no se lo puedo admitir». Así que son malos por norma, pero hay gente muy maja. Y yo entiendo que muchas veces también les presionan demasiado. A lo mejor hay un editor jefe que dice «a mí todo lo que no sea el trabajo de Joe Kubert me parece mal». Y, claro, tienes que imitar a Joe Kubert. Claro, algo dentro de ti dice que si andas sin trabajo y está muy flojo esto pues vas a tratar de imitar a Joe Kubert, lo cual te revienta el alma. Eso es criminal.

¿Y en Bruguera, una editorial muy mítica pero que siempre ha tenido muchas historias de puertas hacia dentro?

Yo no vivía en Barcelona. Quien tiene grandes experiencias de Bruguera es quien vivía en Barcelona. En Bruguera había un monstruo, el señor González. Habéis leído El invierno del dibujante, que ha hecho mi buen amigo Paco (Roca). Después de editarlo, le dije que no sabía que yo fui amigo del señor González. El filtro de este señor no se lo saltaba nadie, este señor levantó Bruguera. Bruguera era él. Era un señor muy serio, muy duro, tuvo muchos problemas familiares. Recuerdo que una vez que andaba muy flojito de pasta le dije por teléfono si me podía dar un anticipo. Me dijo que no, que si yo no sabía vivir que gastara lo que ganara. Le dije «mire usted, es que he tenido un problema, me ha surgido una cosa extraña, no es mi gasto normal, y como soy dibujante regular de Bruguera me atrevo a decirle usted si es posible que me anticipe y lo cobra usted de los primeros trabajos que mande». Me dijo que no. «¿Sabe usted lo que le digo? Que se vaya a la mierda», le dije yo. Y colgué. A los dos días tenía el dinero en Valladolid. La primera vez que fui a Barcelona fui a verle y hablamos. Con haberme dicho simplemente con que no era norma de la casa… Me contó sus problemas y cada vez que iba a Barcelona teníamos una charla, el señor lloraba un poco en mi hombro, yo lo aguantaba tranquilamente. ¿Apreciarle? Ni apreciarle, ni desde luego despreciarle. Vi que era una persona muy poco afortunada. Luego había editoras que no eran el jefe, Ana María Palé, Julia Galán… Y nos hicimos muy amigos. Cuando Bruguera ya no pagaba a nadie, a mí sí me pagaban. Y religiosamente. ¿Problemas con ellos? Ninguno. Bueno, la puñetera manía de no devolver jamás un original. Pero al principio ninguno de nosotros lo pedíamos, porque no sabíamos. Yo sé que en Bruguera se han destruido originale,s pero a miles. De (José) Escobar, de (Guillermo) Cifré, de (José) Peñaroya… Y no me refiero sólo a lo que pudiera valer económicamente, sino al tesoro cultural.

Después de tantas décadas de trabajo en el mundo del cómic, ¿cómo valoras que tanta gente se quede de tu trayectoria con El Capitán Trueno, aunque no trabajaste tanto con él?

Probablemente porque el volumen grande de trabajo que yo hice para España fue al principio, en aquellos libros de bolsillo, Celia, As de corazones… Era todo romántico. Incluso escribí un guión con el nombre de mi hermana porque me daba apuro decir que eso lo hacía yo. Luego publiqué en Sissi, revistas de aquellas. A los dos, tres años empecé a trabajar en Inglaterra y eso no se editaba aquí. Luego se reeditaron algunas cosas, pero ya no suenas, no es lo mismo. ¿Por qué se me conoce por Trueno? Porque no llegó todo lo que hice para Inglaterra, para Holanda, principalmente los dos países para los que he trabajado, algo para Alemania, para Italia, para Suecia, y lo que hice para Estados Unidos… Por ejemplo, lo de Star Trek, salvo aquellas páginas que hice yo a tinta, una maravillosa persona lo pasó a tinta y no lo pasó muy allá. Luego el color fue criminal, y el tipo de papel y la edición, malísimos. Luego hice Kitty Pride, que lo pasó este mismo chico, Sergio Meliá, maravillosa persona, y esto lo pasó muy bien. Esto se acababa y estaba a la mitad y me llamó Bobby Chess y me ofreció hacer Elektra. Me pidió que le hiciera un dibujo de Elektra, le encantó, me mandó documentación y me mandó un primer guión. Yo, como loco. Y pasan días, y días y días, y me llama para decirme que él que lo iba a dejar decidió seguir. Luego me enteré también de que parece ser que el guionista, no me acuerdo de su nombre, dijo que un hispano no dibujaba su Elektra. Era para decirle, «oye, desgraciado», con todo el honor para mis amigos hispanos, que es una gente maravillosa en general, «que yo no soy hispano, soy español». Se conoce que él tenía atravesada a la gente de América del Sur, pero… Eso fue en los años 90, pero no muy avanzado.

¿Y cuando se recuperó el personaje del Capitán Trueno?

Lo editaba Fórum cuando yo empecé. Me llamó Julia Galán para preguntarme si me interesaba. Y claro que me interesaba. Fui a Barcelona y tuvimos una reunión con Víctor Mora. Y Víctor no lo tenía claro. Julia pegó un puñetazo en la mesa y dijo que lo hacía yo. Lo hice y en mi vida he recibido más cartas que cuando se publicó aquel primer número que hice de El Capitán Trueno. No pude seguir porque se produjo el gran problema de juicios que hubo entre Víctor Mora y Ediciones B. Y entonces se lo cargaron. Si no, a lo mejor seguía haciendo yo El Capitán Trueno. Luego me han hecho faenas, porque en Ediciones B me dijeron que si ese material se volvía a editar contaban conmigo. Y para nada, no me avisaron nunca para nada. Hice otra cosilla para una revista de juegos de ordenador. Luego en un aniversario de Correos también hice un tebeo. Y luego dibujos sueltos para amigos de la Asociación del Capitán Trueno he hecho muchos. Me lo siguen diciendo que después de Ambrós, y no hablan de mejor o peor calidad, el que más ha dado con lo que es el Capitán Trueno he sido yo. Cuando coges un personaje que ya está hecho, respetas lo que está hecho pero aunque no quieras pones algo tuyo. Eso es incuestionable, aunque trates de huir. Para mí fue un orgullo tantas cartas, de Alemania por ejemplo. Víctor y yo nos hicimos bastante amigos, pero por problemas de edición esto se murió. Sé que de los últimos álbumes que han salido se me propuso, no por parte de Ediciones B, y dijeron que no. ¿Por qué? No lo sé.

No me resisto a que me cuentes la anécdota del trabajo que hiciste, sin saberlo, con Alan Moore…

He hecho varios, cinco o seis, para 2000 A.D. Hace como diez o doce años, hablando con Toni Guiral, somos íntimos amigos, él dijo que había trabajado con Alan Moore. Yo le miré y le pregunté «¿qué?» y me lo contó. Hace tiempo, una editorial sacó un libro de cosas de Alan Moore en el que había un par de trabajos míos. Hablé con el que editaba todo aquello, porque me mencionaba Alan Moore, y le pedí su dirección por saludarle. Le puse un fax, diciéndole que había sido muy grato, que me encantaba estar en comunicación con él, que me alegraba de su éxito. No me contestó jamás. Bueno. No me molestó. Yo creo que no he perdido nada y él me imagino que tampoco.

Con tantas décadas de historietas, ¿con qué trabajo específico te quedas?

Como personaje, Eduard, un adolescente holandés, despistado, enamorado de su vecina, Emily. Recibía cartas en la editorial preguntándome que cuándo le iba a dar un beso, cuándo iban a ligar por fin… Estuve cerca de veinte años, luego se lo cargaron de repente. En cuanto a trabajos, probablemente mis mejores trabajos sean alguno de Inglaterra, en 2000 A.D. Ahora no recuerdo muchos de ellos. Este que van a reeditar el año que viene de Regreso a Armageddon, me han pedido que haga una portada, quedó bastante bien. Hice muchísimos y de muchos no tengo ni idea. Por ejemplo, no te puedo mencionar satisfacción con lo que hice con Alan Moore porque ni me acuerdo. Pero probablemente después de algún trabajo de esos o a la par, dos trabajos que hice con Toni Guiral, uno es Mister Black y casi todos los capítulos de Miller, un policía sencillo y raso de Nueva York. Probablemente es con lo que me quede de toda mi trayectoria. Y luego lo que me encanta es la gente que he conocido, muchísima gente. Y sólo he tropezado con un par de imbéciles. Pero imbéciles integrales. Por lo demás, gente toda encantadora, de verdad.

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Esta entrada fue publicada el 4 octubre, 2013 por en Entrevista, Jesús Redondo.

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