La palabra superhéroe no aparece en el Diccionario de la Real Academia Española, pero casi todo el mundo conoce los principales rasgos de los personajes que reciben esa denominación protagonistas de un género de cómic eminentemente norteamericano. El término nació en 1917, pero se popularizó con la creación de Superman en 1938. No existe una definición cerrada de lo que supone ser un superhéroe, pero hay un acuerdo general en aplicar el término a personajes con poderes o habilidades sobrehumanas o tecnológicas que dedican sus esfuerzos a combatir el mal y proteger a los inocentes. Aunque se trata de personajes asociados al mundo del cómic americano, con la definición anterior quizá haya que buscar los primeros superhéroes en la mitología clásica. No falta, de hecho, quien considera a los superhéroes como los dioses de nuestro tiempo.
Atendiendo a lo que hoy en día se considera como un superhéroe, hay que buscar el precursor en 1911. Nyctalope, un hombre que puede ver en la oscuridad y que tiene un corazón artificial, es el protagonista de una serie de novelas escritas por el francés Jean de la Hire. El entorno de Nyctalope era el pulp, el mismo que frecuentaban personajes como La Sombra o el Fantasma Enmascarado (The Phantom), nacidos ya en Estados Unidos en la primera mitad de la década de los 30. El término superhéroe existía desde mucho antes, desde 1917, para designar a “un héroe de ficción que tiene poderes extraordinarios o sobrehumanos”, según reza el diccionario Merriam-Webster. Pero hubo que espera hasta 1938 para conocer al que ha pasado a la historia como el primer superhéroe, Superman, creado por Jerry Siegel y Joe Shuster. No sólo fue el primero que logró un gran calado social, sino también la quintaesencia de la definición.
El Hombre de Acero, propiedad de DC Comics, y los personajes que nacieron tras él venían a cumplir una función social no tan conocida. Estados Unidos se encontraba en una etapa difícil. La Gran Depresión que siguió al crack de la Bolsa de 1929 se extendió hasta comienzos de los años 40. El nacimiento de los superhéroes hay que enmarcarlo en la necesidad de encontrar modelos de conducta e historias optimistas en un momento de penurias económicas. La imagen inmaculada de los superhéroes continuó en alza durante los años 40, llevando la realidad de la Segunda Guerra Mundial al más simplista escenario de la lucha del bien contra el mal. Los superhéroes eran el bien, como Estados Unidos en su lucha contra el fascismo. Ese era el mensaje que tenía que calar en la sociedad, y no era extraño ver a Superman o Batman luchando contra los dictadores de las potencias del Eje en las portadas de sus cómics. Fueron también un mecanismo para incentivar la compra de bonos de guerra.
Pasados los ecos patrióticos del conflicto, el superhéroe afrontó sus primeras dudas morales. Las editoriales apostaron por contenidos en los que el villano actuaba con más libertad, con más impunidad incluso. Eso llamó la atención incluso del Congreso norteamericano, que creó un subcomité para estudiar la influencia del cómic en la delincuencia juvenil. Además, obras como La seducción del inocente (1954), del psiquiatra Fredric Wertham, colocaban al superhéroe como un modelo de conducta poco saludable para los niños americanos. No importaba la escasa veracidad de los argumentos de Wertham (más allá de lo más conocido, tachar a Batman y Robin de homosexuales, incluso consideraba nazi a Superman cuando sus creadores eran judíos), hoy visiblemente risibles, sino el miedo que se despertó en la sociedad a que tuvieran razón. Para contrarrestar el carácter violento de las viñetas nació el Comics Code Authority, que aligeró mucho los contenidos violentos de las historias de superhéroes y así, en los años 60, el superhéroe sufrió su evolución más radical. Ya no eran figuras pétreas y modelos intachables de conducta, sino seres humanos que cometían errores y tenían los problemas cotidianos de cualquier otra persona, incluso como reflejo de las grandes cuestiones morales de la época, como el racismo.
Hasta entonces, el superhéroe había respondido a un modelo nítido: joven, blanco, heterosexual, entre 20 y 30 años y de clase media-alta. Poco a poco nacieron héroes fuera de ese espectro. Marvel Comics tuvo mucho que ver en esta nueva percepción del superhéroe. Los 4 Fantásticos, Spider-Man, los X-Men o Hulk abanderaron la nueva definición. En los años 70, el superhéroe se cruzó con una nueva figura: el antihéroe. Se trata de un personaje menos recto que el superhéroe, que no duda en cruzar líneas morales y éticas para conseguir un bien mayor. Nacieron en la década anterior, pero se popularizaron en los 80 y los 90. A falta de una definición, lo que sí hay es una propiedad intelectual del término. DC y Marvel comparten el copyright sobre la palabra superhéroe. Ambas compañías se lo disputaban desde los años 60 y en 2003 llegaron a un acuerdo muy poco común para reservarse el uso conjunto del término. El superhéroe sigue siendo una figura fascinante y en continua evolución gracias a que el cómic es un arte en alza y a que sus personajes han dado el salto a otros medios más populares como el cine, con numerosas adaptaciones todos los años.